Reflexiones sobre la naturaleza del tiempo…

Si me preguntaras ahora, ¿qué día es hoy? me costaría mucho responderte.

¿Lunes, martes, miércoles, jueves…? Ya no es importante, simplemente se han convertido en “días”.

Pero no me malinterpretes; la cuestión es que viajar en bicicleta le da a uno una dimensión diferente de la noción del tiempo.

En nuestra vida “anterior/normal”, nunca había suficiente tiempo, organizando cada hora, dividiendo cada minuto para hacerlo encajar en una agenda sobrecargada, siguiendo el ritmo loco de nuestros días de trabajo, cazando cada momento. Teníamos la sensación de que el tiempo se nos escapaba de las manos (“¿Qué, ya son las 10 de la noche?”, “¿Ya estamos en junio?”). Nunca hay suficientes minutos en un día. Y al día siguiente, lo mismo.

Entonces, de repente, en la bici, el tiempo dejó de controlarnos y burlarse de nosotros. En lugar de escurrirse entre los dedos, el tiempo nos envolvió con toda su complejidad, con todo su significado.

En la bicicleta, sentimos que el tiempo se estira, se ralentiza, y podemos disfrutarlo como un brioche recién salido del horno. Abunda, florece, prospera. Estamos aturdidos por el.

Por fin, el tiempo es generoso: nos permite pensar. A solas con nosotros mismos como compañía durante muchos kilómetros, ¡pasan tantas cosas por nuestra cabeza! Nos permite discutir, descubrir, aprender. Nos invita a contemplar. Viajar en bicicleta es una hermosa ocasión para reinventar el tiempo. El tiempo se ajusta a nuestro movimiento de pedaleo, nos mantiene en movimiento, ni demasiado rápido ni demasiado lento. Podemos disfrutar del lujo de detenernos y contemplar un paisaje impresionante, de frenar al ver la vida silvestre al lado de la carretera, o simplemente observar la naturaleza que nos rodea.

Sí, ¡el tiempo es generoso!

Y durante 8 meses, lo abrazamos. El tiempo ya no se encogía entre horas, sino que se extendía en los ritmos circadianos del sol. Nuestro ritmo era el de la luz del día y la interrupción de la rotación de las ruedas al atardecer era nuestra única restricción. Ciclábamos, avanzábamos, siempre en una dinámica fluida, siempre activa.

Pero entonces tuvimos que ponernos de cuarentena.

Aparcamos nuestras preciosas bicicletas en un rincón de una habitación. Como todo el planeta nos detuvimos, no hay más movimiento, no hay más progreso. No es fácil dejar de pedalear, los días pasan y son todos iguales, como estar atrapados en un bucle temporal, día de la marmota.

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